En la literatura, pero especialmente en la poesía, siempre está pasando algo más. Las palabras son los colmillos de una serpiente que arrastra las imágenes conocidas junto a una carga de sentido que solo el lector o la lectora puede identificar. Esta percepción del algo más puede invitar al juego si esa carga se deshace de la solemnidad. Así, los colmillos se clavan de manera transformadora en, a lo Sontag, la piel áspera de la realidad.
La escritura de Elisa Gabbert resulta engañosa. A simple vista, parece de materiales livianos, una fotografía de una maqueta sobre la evolución de un vínculo amoroso. Sin embargo, ese trabajo, el de captar lo abstracto al vuelo, el volverlo concreto, se lo dejamos, justamente, a la fotografía.
Acá los versos fluyen, se deslizan sobre hielo conociendo el peso de las palabras y sabiendo que abajo, justamente, hay algo tan frágil como el hielo.
Es por eso que a medida que Los poemas de Judy avanza -entre sombras y ambigüedades- este se vuelve un texto complejo. Una vez más, las mordidas dejan su marca en las pequeñas anécdotas sobre lo cotidiano que no resisten la idea de un presente desde la generalidad.