Yuste ha conseguido desarrollar una voz propia, un estilo plagado de metáforas y revelaciones que parten de detalles cotidianos para evidenciar dilemas vitales mucho más profundos. En sus textos se despliega un yo poético hiperracional que no escatima en ejercer la autocrítica y hacer mea culpa en múltiples ocasiones.
En esta oportunidad, Yuste explora nuevamente las dinámicas de los vínculos interpersonales, los afectos, y su inevitable erosión a causa de los embates de la rutina. De cualquier manera, en La Felicidad no es un lugar (Santos Locos, 2020), a menudo se retratan formas de amor discretas. Escenas que se encuentran a años luz de las aparatosas demostraciones de cariño instaladas como ideales en el imaginario popular a fuerza de telenovelas, comedias románticas y fotos de parejas besándose en redes sociales.