Un espectáculo codificado. Máscaras tristes, tambores y abanicos. Sedas púrpuras, blancas, negras y rojas. El dragón danza sinuosamente. Los paraguas parecen llorar con voces agudizándose en lamentos. Los rostros son blancos absolutos como el tiempo del mito al que se transportan. Velas, aplausos y una cuerda para el vuelo final de la heroína. Más aplausos. El drama termina.
Contra la saturación del discurso regular, mediatizado, distorsionado por intereses varios, la poesía permite ecualizar las percepciones y sintonizar un lenguaje en una frecuencia distinta. Incluso cuando esté mediado por el extrañamiento teatral, como en este caso.
Uno de los ejes del libro es la enfermedad. Como un desplazamiento de la norma, se generan percepciones reveladoras desde ese estado de alteración psicofísica.
Diego L. García